Reflexión para el domingo 06 de diciembre

II DOMINGO DE ADVIENTO CICLO C

Las lecturas de este domingo ponen el acento en la conversión personal a los valores del Evangelio. El profeta Baruc contempla a las/os hijas/os de Israel que vivían en el destierro y les trasmite un mensaje de plena esperanza en un futuro nuevo. Pablo muestra su alegría a los filipenses por la actitud que han tenido en relación a la Buena Nueva. Lucas nos dice cómo la Palabra de Dios fue dirigida al hijo de Zacarías, Juan el Bautista, en el desierto para preparar los caminos de Jesús que ya llega. El evangelio está dividido en dos distintas partes.

En la primera parte Lucas nos da una lista de las personalidades tanto religiosas como civiles de la época. Con esto Lucas nos indica que la historia de la salvación se desarrolla en un contexto real de la historia de la humanidad. Su intención es afirmar que la historia de la salvación se realiza en las vicisitudes de la historia profana, cuyos personajes principales son los emperadores y gobernantes civiles y religiosos. Jesús entra en la historia y vive en un espacio determinado, por lo tanto nuestra fe se funda en una persona histórica. Dios se inserta en nuestra historia para enseñarnos de una manera concreta quién era y para qué nos había creado. Su Hijo se convierte en un humano para enseñarnos cuál es el Camino.

Y nos preguntamos: ¿ Quién es ese Juan que Lucas inserta en la historia? El evangelio solo nos dice que era el hijo de Zacarías, aquel niño que en el vientre de su madre se regocijó al sentir la presencia de Jesús según nos narra el mismo Lucas. Pero de ahí hasta que Lucas lo vuelve a introducir, diciéndonos que estando en el desierto recibió la palabra de Dios, no sabemos más nada de su vida. Los exégetas tienen varias versiones sobre la vida de Juan. Unos creen que pertenecía a la comunidad de Qumran y que, habiendo recibido la Palabra de Dios, se separó de ellos y empezó a predicar un bautizo de arrepentimiento; otros que era un sacerdote del templo que se fue al desierto de las inmediaciones del Jordán buscando silencio y soledad para mejor oír a Dios y entender cuál era su misión. Fuera quien fuera el evangelista nos lo presenta como el precursor de Jesús aquel que vino a preparar el camino para el Hijo del Hombre. Hay dos datos que Lucas nos da que necesitan reflexión. Uno es el hecho de que Juan encontró a Dios en el desierto. El desierto siempre fue para el pueblo Judío lugar lleno de reminiscencias históricas y de reflexiones teológicas; de encuentro con Dios. Allí recibieron los mandamientos y los esclavos se convirtieron en hijas/os de Dios; por el tuvieron que pasar, con muchas tribulaciones, para llegar a la tierra prometida. Los evangelios nos dicen que Jesús se retiro muchas veces al desierto para comunicarse con su Abbá. En el desierto para sobrevivir se necesita solo lo esencial, es lugar de silencio, fuera de todos los ruidos que el mundo hace; no es un sitio de complacencia y auto-engaño, allí se descubre quiénes somos de verdad con nuestras intrigas y falsedades. Posiblemente es el lugar donde podemos saber lo que quiere Dios de nosotras/os y decidamos cambiar nuestra vida a una vida más humana como hizo Juan el Bautista. Es lugar de conversión. El Papa San Juan Pablo II nos describe a Juan el Bautista como: “Es ante todo un creyente comprometido personalmente en un exigente camino espiritual, fundado en la escucha atenta y constante de la palabra de salvación. Además testimonia un estilo de vida desprendido y pobre; demuestra gran valentía al proclamar a todas/os la voluntad de Dios, hasta sus últimas consecuencias. No cede a la tentación fácil de desempeñar un papel destacado, sino que, con humildad se abaja a si mismo para enaltecer a Jesús”.

Como Juan el Bautista nosotras/os también tenemos una misión que cumplir. El le gritaba a su pueblo que había que “Preparar el camino del Señor”. Esa también es nuestra misión: tenemos que predicar la Buena Nueva, no tanto gritando o forzando, sino, como nos dice el Papa Francisco, con la alegría de nuestras vidas que tienen que ser ejemplo de nuestro compromiso como discípulas/os de Jesús. Nos dice el evangelio que Juan “gritaba”, y lo hacía porque encontraba a su pueblo adormecido y quiere despertarlo, lo ve apagado y quiere encender en su corazón la fe en un Dios que nos salva de nuestro egocentrismo y nuestra apatía, hoy también ese grito se hace necesario. ¿Y como preparamos ese camino? La primer preparación tiene que ser interior. Quién no busca a Dios en su interior no lo encontrará en ninguna otra parte. Dios nos creó con un corazón que no descansa sino en Dios. Lo segundo es vivir con un corazón sincero, vivir con la verdad. El encuentro con Dios nace cuando nos atrevemos a vivir una vida humana, concentradas/os en la/el otra/o; dando el amor que recibimos de Dios a nuestras hermanas y hermanos con paz y alegría. El tercero es tener una actitud confiada. El miedo nos encierra en nuestras propias barreras. Si tenemos miedo de encontrarnos con Dios también tendremos miedo de encontrarnos con nuestro prójimo. De entender sus vidas, de escuchar sus palabras, aunque estas reten nuestra manera de vivir. Dios solo es amor y aun cuando juzga al ser humano y sus muchos defectos y pecados lo hace con amor infinito. Despertar la confianza en ese Amor es empezar a vivir de manera gozosa con Dios. Cuarto, haciendo nuestro propio recorrido sabiendo que Dios nos acompaña en todo momento y no abandona a nadie; pero cada una/o tiene que vivir su vida con confianza, corriendo riesgos, sabiendo que nuestra vida es contra-cultural y que esto puede tener consecuencias.

El Adviento es tiempo de preparación, de “Preparar los caminos del Señor”. Tal vez la mejor manera de escuchar la invitación de Bautista es encontrar nuestro propio silencio, nuestro desierto, y escuchar las preguntas que brotan de nuestro interior sobre nuestras actividades cotidianas y así estar más atentos al misterio de Dios que nos envuelve en cada momento, que penetra por todas partes en nuestra vida. Que nos llama a seguir a su Hijo que viene al mundo para enseñarnos cómo ser verdaderamente humanos. Como vivir una vida de felicidad y paz. Que así sea.

Lourdes Perez Albuerne
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